Irrenunciable necesidad biológica, el hecho de dormir de manera profunda y restauradora es uno de los pilares de nuestra existencia.
La calidad de nuestro sueño, junto con la alimentación y la actividad física, es uno de los factores que más influyen sobre nuestra vida y salud, siendo indispensable para el correcto mantenimiento de la función cerebral y cardíaca, el equilibrio metabólico y los procesos hormonales del organismo.
Se ha demostrado que la prolongada insuficiencia en la cantidad y calidad de las horas de sueño produce alteraciones en las concentraciones de las hormonas que regulan la sensación de hambre, con influencias importantes sobre la regulación del apetito, la correcta asimilación de los nutrientes y la aparición de desórdenes metabólicos importantes, como la obesidad.
También es bien conocida la estricta relación existente entre el sueño y los procesos de aprendizaje. Durmiendo permitimos a nuestro cerebro reordenar la información que hemos estado recibiendo durante el día, discerniéndola, reforzando las conexiones mentales relevantes, apartando las menos importantes y aumentando la capacidad de acceder a los recuerdos.
Más recientemente, se ha llegado a descubrir de qué manera el cerebro, cuando dormimos, va eliminando las sustancias de desecho acumuladas durante el día por la actividad de las neuronas. Parece que esta actividad, llevada a cabo por el sistema llamado glinfático a través del líquido cerebroespinal, es determinante para el mantenimiento de la salud cerebral, puesto que esa función de limpieza es incompatible con un buen procesamiento de la información durante la vigilia y que, si esas toxinas se acumulan a lo largo del tiempo, pueden contribuir a la aparición de enfermedades neurológicas.
Así que dormir bien y según nuestras necesidades fisiológicas parece ser el primer paso para mantenernos sanos. Entonces ¿por qué no aprovechar los meses más fríos y obscuros del año para intentar bajar un poco el ritmo y cuidar más de la calidad de nuestro sueño?
La naturaleza, como siempre, nos muestra el camino y enseña que el invierno debería ser un periodo de conservación de los recursos y de descanso, un letargo que hará posible iniciar un nuevo ciclo con renovada energía.
Así que sería muy buena idea aprovechar esta temporada invernal para orientarnos hacia la quietud en nuestras vidas, privilegiando las actividades más introspectivas, pausadas, relajantes y, sobre todo, para dormir todo lo que necesitamos.